(Entrada publicada originalmente en el blog de educación del semanario Valle de Elda)
Durante
la semana del 7 al 13 de enero, un grupo de 9 estudiantes y dos
docentes del IES Azorín hemos tomado parte en la primera movilidad
con alumnado del proyecto Erasmus+ #WeAlways en la ciudad húngara de
Eger. Esta
iniciativa se desarrollará los cursos 2018-2019 y 2019-2020 junto a
otros tres institutos de Berlín (Thomas-Mann-Gymnasium),
Marsella (Lycée
Marseilleveyre) y Eger (Egri
Pásztorvölgyi Altalános Iskola és Gimnázium) y englobará
diversas actividades en torno al conocimiento, la difusión y la toma
de conciencia sobre el patrimonio cultural europeo.
Unos
gélidos y nevados días nos han servido de marco para poner en común
el trabajo llevado a cabo durante los últimos meses por cada centro,
colaborar en la creación de varios recursos en equipos
internacionales y realizar algunas visitas culturales a puntos de
interés de Eger. Así mismo, hemos evaluado el primer tramo del
proyecto y precisado la planificación del próximo encuentro de mayo
de este año en Marsella.
Como
novedad con respecto a nuestra última intervención en Erasmus+, las
alumnas y los alumnos se han alojado con las familias del alumnado
húngaro que participa en el programa, lo que, desde mi punto de
vista, ha contribuido a aportarles una experiencia única de
convivencia e inmersión en una vida y una cultura distintas. Para
algunos y algunas era la primera vez en su vida que viajaban al
extranjero, que tomaban un avión o que se separaban de sus propias
familias por un periodo tan largo.
Sin
duda, han regresado con la maleta llena de aprendizajes heterogéneos,
más allá de los contenidos del proyecto, de experiencias memorables
y amistades inesperadas. Sin duda, y esa es la mayor recompensa para
quienes los hemos acompañado, han crecido como personas a través de
las risas, en los agobios de los primeros días y noches, en la
soledad y en la compañía, en el frío de las calles heladas y en el
calor de quienes las y los han acogido.
Termino
con una anécdota. A lo largo de esta semana les hemos regañado en
más de una ocasión por comer a deshoras o chucherías varias. Con la
confianza que otorga la convivencia más cercana, se justificaban
diciendo que tenían hambre, por la vergüenza de no pedir más en su
casa, por los horarios insólitos o, simplemente, por falta de
adaptación a una comida ajena a lo acostumbrado. Ojalá se hayan
quedado también con hambre de curiosidad, de nuevos aprendizajes, al
fin y al cabo, con hambre de vida más allá de sus lugares y sus
esquemas mentales cotidianos. Lo consideraríamos un éxito.