domingo, 20 de enero de 2019

En torno a nuestra movilidad Erasmus+ #WeAlways. Quedarse con hambre


(Entrada publicada originalmente en el blog de educación del semanario Valle de Elda)

Durante la semana del 7 al 13 de enero, un grupo de 9 estudiantes y dos docentes del IES Azorín hemos tomado parte en la primera movilidad con alumnado del proyecto Erasmus+ #WeAlways en la ciudad húngara de Eger. Esta iniciativa se desarrollará los cursos 2018-2019 y 2019-2020 junto a otros tres institutos de Berlín (Thomas-Mann-Gymnasium), Marsella (Lycée Marseilleveyre) y Eger (Egri Pásztorvölgyi Altalános Iskola és Gimnázium) y englobará diversas actividades en torno al conocimiento, la difusión y la toma de conciencia sobre el patrimonio cultural europeo.

Unos gélidos y nevados días nos han servido de marco para poner en común el trabajo llevado a cabo durante los últimos meses por cada centro, colaborar en la creación de varios recursos en equipos internacionales y realizar algunas visitas culturales a puntos de interés de Eger. Así mismo, hemos evaluado el primer tramo del proyecto y precisado la planificación del próximo encuentro de mayo de este año en Marsella.

Como novedad con respecto a nuestra última intervención en Erasmus+, las alumnas y los alumnos se han alojado con las familias del alumnado húngaro que participa en el programa, lo que, desde mi punto de vista, ha contribuido a aportarles una experiencia única de convivencia e inmersión en una vida y una cultura distintas. Para algunos y algunas era la primera vez en su vida que viajaban al extranjero, que tomaban un avión o que se separaban de sus propias familias por un periodo tan largo.

Sin duda, han regresado con la maleta llena de aprendizajes heterogéneos, más allá de los contenidos del proyecto, de experiencias memorables y amistades inesperadas. Sin duda, y esa es la mayor recompensa para quienes los hemos acompañado, han crecido como personas a través de las risas, en los agobios de los primeros días y noches, en la soledad y en la compañía, en el frío de las calles heladas y en el calor de quienes las y los han acogido.

Termino con una anécdota. A lo largo de esta semana les hemos regañado en más de una ocasión por comer a deshoras o chucherías varias. Con la confianza que otorga la convivencia más cercana, se justificaban diciendo que tenían hambre, por la vergüenza de no pedir más en su casa, por los horarios insólitos o, simplemente, por falta de adaptación a una comida ajena a lo acostumbrado. Ojalá se hayan quedado también con hambre de curiosidad, de nuevos aprendizajes, al fin y al cabo, con hambre de vida más allá de sus lugares y sus esquemas mentales cotidianos. Lo consideraríamos un éxito.

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