viernes, 1 de septiembre de 2017

Primer día

Soy un madrugador patológico. Me encanta siempre llegar demasiado pronto y, en la espera, reconocer el terreno, pensar durante ese momento de soledad, generalmente sin distracciones, sobre cualquier aspecto relacionado con el lugar donde me encuentro y el modo de encontrarme en él.

Esta mañana he inaugurado la sala de profesores y profesoras de mi centro. Me he sentado en una de las mismas sillas que ocupaba hace años, tal vez demasiados, antes de mi etapa en el CEFIRE, y he empezado a pasar lista a los cambios, las ausencias y permanencias, los olores, los ordenadores que no acceden a Internet...

Sobrecoge pensar en la efervescencia del mismo espacio vacío de hoy dentro de unos días, el ir y venir de compañeras y compañeros, el ruido, las conversaciones, los avisos, el alumnado al otro lado de la frontera física insalvable que establece la puerta.

El primer día desde hace mucho tiene el encanto del extrañamiento, del ver los detalles que pasarán desapercibidos en cuanto transcurran unas semanas.

Ojalá en el trasiego del curso que comienza pudiéramos conservar al menos parte de esa mirada fresca, fundamental en quienes aprenden pero también en quienes enseñamos. Con el codo sobre la mesa y el sueño bajo los párpados formulaba este deseo para mis adentros.

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